Ellos desarrollan, producen y venden los accesorios de viaje y para motos de Touratech. El tiempo libre de numerosos empleados de Touratech está marcado, al igual que el de nuestros clientes, por la aventura en moto. El año pasado, nuestros compañeros también recorrieron el mundo por carretera y campo a través. Ahora, nos traen un sinfín de anécdotas de Islandia, Cerdeña, Croacia y Patagonia.
El verano en Islandia
Lo que parece un montón de tiempo para una “pequeña” isla, resulta no ser suficiente. En tres semanas hemos intentado ver el máximo posible de Islandia sin tener demasiado asfalto bajo nuestras ruedas (en total, unos 8.700 km de caminos no asfaltados). Islandia ofrece las mejores condiciones para ello. Elegimos el mes de agosto para nuestro viaje. Vamos a decir que era “verano” o, al menos, el verano que tienen los islandeses.
Nos hemos puesto en camino como un grupo de viaje que nunca se ha visto en Islandia: Subidos en un coche Steyr Daimler 680 H, los padres de Jule, su hermana y la amiga de esta; Christian, con su BMW R1200GS ADV LC y Jule con su Beta Alp 200. Nuestro viaje comienza en Egilsstaðir. Aquí es donde llega el ferry de Dinamarca en el que viajan los valientes. Quien quiera ahorrarse el viaje en ferry de dos días de duración desde Dinamarca, opta –al igual que las «damiselas» de la ruta– por tomar el avión.
Arrancamos directamente rumbo a la meseta, a Snaefellsskali Hut, una pequeña cabaña ubicada en el parque nacional. Aquí ya toca abordar los primeros vados desde el principio: algo que no es problema con los neumáticos apropiados y un poco de rutina en conducción offroad. Desde allí, nos dirigimos hacia el Askja, un volcán conocido por su cráter, que aloja un lago de agua turquesa lechada. El paisaje durante el trayecto cambia cada dos por tres, pasa de piedra volcánica a campos de arena negra, y vuelve otra vez al terreno acuático: ¡fascinante!
Además de Mývatn y Akureyri, también vamos a Gullfoss y Geysir. Continuamos hacia Landmannalaugar, conocida por su maravilloso paisaje de senderismo… aunque al mismo tiempo esto suponga que esté repleta de turistas. Sin embargo, lejos de las carreteras asfaltadas y de los conocidos destinos turísticos, no hace falta compartir Islandia con nadie. Siguiendo la F208 hacia Vik, toca recorrer unos 20 vados en un solo día. Cuando la BMW se queda estancada y tenemos que vadear el río de agua gélida, ya tenemos suficiente. No obstante, al llegar al camping de Þakgil situado en un valle, rodeado de montañas, volvemos a pensar que todo el esfuerzo ha merecido la pena.
De vuelta hacia Egilsstaðir podemos ver el lago glaciar Jökulsárlón. A quien desee saber qué pasa cuando se decapita a un troll le interesa hacer senderismo de glaciares en Skaftafell. Otra excursión nos lleva al fiordo de Borgarfjörður, a la roca de las aves. Allí podemos observar a los últimos frailecillos antes de que partan hacia el ancho mar para pasar el invierno.
En Islandia, incluso en agosto el tiempo a menudo es húmedo y frío. Uno puede encontrar escarcha y nieve en la meseta incluso en esta temporada. Un motivo más para intercalar un par de fuentes
calientes para bañarnos en nuestra ruta. Al final de nuestras vacaciones, nos tumbamos en las piscinas al aire libre a unos 12 °C, y disfrutamos de los rayos del sol -como auténticos islandeses, ¡claro!-.
Quien anhela gozar de una naturaleza impresionante y de una diversión de conducción absoluta sobre tramos offroad increíbles, tiene que pasarse por Islandia, ¡sí o sí!
Texto: Jule Seifert & Christian Prill
Fotos: Jule Seifert & Christian Prill
Al país de las mil islas, sobre dos ruedas
Sol, mar, aventura y barbacoa. Parece el lema perfecto para nuestras vacaciones al sol. Ruta planificada, motos listas… ¡En marcha! Allá vamos, cuatro touratecheros, rumbo a Croacia.
El viaje comenzó directamente en Niedereschach a principios de julio de 2017. Nuestro lema: dejemos atrás la lluvia y adentrémonos en el sol. Nuestra ruta nos conduce por un Tirol austriaco idílico ligeramente lluvioso, con senderistas, aficionados al mountan bike y amantes de la naturaleza. El paso fronterizo de Wurzenpass nos lleva directamente a Eslovenia. ¿Alguna vez habéis conducido con un 18 % de desnivel? Los conductores leen las frecuentes señales de tráfico que recomiendan meter la primera marcha.
No lejos del Wurzenpass, acecha el exigente puerto de Vršič. Con 50 curvas adoquinadas, se trata del puerto de montaña más alto de Eslovenia. Debido a la mala climatología, decidimos que afrontaremos este reto al día siguiente. Poco antes del paso hemos encontrado, sin tenerlo pensado, un posible alojamiento. El señor de la casa nos recibe eufórico con varias copitas de aguardiente. ¡Qué grande es la hospitalidad eslovena! El refinado licor de ciruela Slivovitz corre a cuenta de la casa, y a continuación pasamos a las habitaciones.
Habiendo descansado y repostado energía, a la mañana siguiente estamos dispuestos para que nuestras ruedas recorran las 50 curvas bajo un sol radiante. Prueba casi superada: en la 49ª curva hay una carretera de acceso al principal manantial del Soča, conocida por sus aguas cristalinas de color azul turquesa. De una estrecha grieta, el manantial se precipita en este punto, a modo de cascada, hacia la estrecha garganta: un espectáculo por el que definitivamente merece la pena realizar una breve parada.
Un montón de curvas después, en dirección sur, llegamos a Croacia. Según se va entreviendo el tan ansiado cielo azul entre las escarpadas peñas, vamos jugando más y más con el acelerador. Nuestro camino conduce a Krk: la mayor isla croata del Adriático. Impactada por el espectáculo paisajístico, la vista se pasea sobre el puente de acceso. La fresca brisa marina sobre la moto es una sensación indescriptible. A lo largo de la carretera costera croata, nuestra ruta continúa hacia Prizna, y desde allí, en ferry, a la isla de Pag. La vegetación, mayoritariamente rocosa, no tarda mucho en despertar en nosotros el anhelo de encontrar árboles que nos alivien con su sombra bajo el tórrido sol de mediodía.
Desde el sur de la isla alargada, volvemos a tierra firme croata. Nuestra ruta de viaje nos conduce hacia el este, recorriendo el parque nacional de Paklenica. Offroad, en busca de Winnetou y Old Shatterhand. Tras una parada ante el monumento de Pierre Brice, avanzamos con nuestros compañeros sobre un polvoriento tramo de gravilla en dirección al parque nacional de Plitvice. A quien le gusten las cascadas y los motivos de postal, le espera un escenario impresionante compuesto por innumerables lagos.
Saciados de cascadas de agua y de las impresiones acumuladas en Croacia, la sinuosa ruta vuelve por los Alpes orientales. Con el paso del Großglockner comienza nuestro viaje de vuelta a casa… pero en realidad ya estamos pensando en nuestra próxima aventura motorizada.
Texto: Jule Seifert & Christian Prill
Fotos: Jule Seifert & Christian Prill
Cerdeña para los que se deciden a última hora
«¿A Grecia? ¿O mejor en dirección a Albania y Montenegro?» “En realidad, un viaje más corto estaría bien, y además también me gustaría navegar un poco”, dice mi hermana. Tras mirar el mapa entre ambas, ponemos rápidamente el dedo sobre Cerdeña. Numerosos viajes en moto y en sidecar realizados desde nuestra infancia nos han permitido ver la isla vecina de Córcega, pero nunca hemos ido a Cerdeña. Y así, la decisión se toma rápidamente.
Tres semanas más tarde, en una maravillosa mañana de finales de verano, nos ponemos en marcha saliendo del barco en el puerto de Olbia con mi KTM 990 Adventure R y la BMW F650GS de mi hermana, y comenzamos nuestra ruta, que recorre la isla en el sentido contrario a las agujas del reloj sin perder de vista la costa en ningún momento.
Pasamos la mundana Costa Esmeralda, a orillas de un mar en el que reposan, una tras otra, maravillosas bahías, en dirección Norte. El primer destino es la zona de Castelsardo. Allí queremos aclimatarnos tranquilamente a la vida sarda y descubrir el norte de la isla. Dejamos atrás el lago Coghinas y vemos cabras y ovejas paradas al borde de la carretera antes de seguir por las montañas, pasando por Porto Torres de camino al punto más noroccidental de la isla. Hacemos un alto en la en la desértica Spiaggia delle Saline, nos quitamos las botas de moto y nos remojamos los pies en el agua cristalina.
Pasando Villanova Monteleone, seguimos la SS292 en dirección a Alghero. Esta ciudad de influencia catalana invita a deambular por sus callejuelas y a tomarse un buen café con vistas al mar. A finales del verano, los oriundos del lugar y turistas se reúnen en las plazas, y disfrutan de los últimos cálidos rayos del sol antes del anochecer.
La SP 105 trazada en el mapa de Alghero a Bosa promete la más pura diversión sinuosa con vistas marítimas. El panorama arrebatador no nos pone nada fácil eso de mantener la vista en la carretera. De Bosa seguimos hacia el Sur.
Nuestro objetivo de hoy es llegar a Costa Verde. Esta zona solitaria, con sus bosques, las dunas de arena de Piscinas, las minas de Ingurtosu y Montevecchio –patrimonio de la humanidad de la UNESCO y en las
que hasta la década de 1960 se extraían especialmente plomo y zinc– invitan a descubrirlas sobre la moto. Sobre dos ruedas uno tiene la agilidad necesaria para descubrir sin estrés hasta las aldeas más minúsculas y las callejuelas más estrechas.
Con las cordilleras de Supramonte y Gennargentu, el este de Cerdeña es conocido como un auténtico paraíso para motoristas. Curva tras curva, se va generando un camino vertiginoso. Extendemos nuestra tienda en un camping con acceso a la playa, ya que tenemos claro que nos merece la pena disfrutar de las dos ventajas que esto ofrece: recorrer tramos en moto y disfrutar del sol y del mar.
A lo largo del Lago Alto del Flumendosa hay un montón de cosas dignas de ver. Llama especialmente la atención la gran cantidad de animales libres que orlan el camino, como por ejemplo vacas, caballos, cabras, ovejas y burros. En estos casos, no queda otra que pasar por el aro cuando una manada de vacas se adueña de la carretera.
Desde el paradisíaco este, cerramos el círculo y pasando por Talana y Urzulei hacia Dorgali seguimos la estrecha y sinuosa SS125, que nos espera con más burros, y también lamentablemente con autocaravanas y omnibuses que se dirigen hacia el norte, para volver a Olbia, donde nos espera el ferry tras un último café.
Texto: Kathrin Altschuh
Fotos: Kathrin & Janine Altschuh
A Patagonia y Tierra de Fuego
A Patagonia y Tierra del Fuego, persiguiendo un sueño. El cóndor pasa sobre nuestras cabezas, y los helechos gigantes de la pluviselva y los pastos que se difuminan en el horizonte, junto al océano, son testigos de nuestra aventura. Gasolineras sin gota de gasolina; eso sí, la gente está totalmente relajada y no se inquieta.
Al otro lado del océano, persiguiendo un sueño: ir en moto a Patagonia y a Tierra del Fuego. Un viaje sin obligaciones, sin que el reloj distribuya el tiempo, sumergidos en paisajes desconocidos, que sin embargo nos resultan familiares de inmediato. Trajes para moto, bolsas y cascos: todo de Touratech –garantía de confort y seguridad– y entonces: ¡allá vamos! Tenemos ante nosotros 6.000 km entre Chile y Argentina, siguiendo la Carretera austral y la legendaria Ruta 40 hasta el fin del mundo. A nuestra disposición: 2 semanas y algo de calderilla.
Viniendo desde Santiago, en un par de horas pasamos la primera frontera cerca del Puente del Inca. De tanto sello y formulario a cumplimentar, a uno ya le sale humo por las orejas. Sin embargo, pronto formarán parte de nuestro día a día. A pesar de ello, la sensación inicial del contraste extremo existente entre la burocracia y una naturaleza impresionante se ablanda con la idea mucho más grata de que las pequeñas oficinas aduaneras pasan a ser puntos de encuentro tras horas y días solitarios en carretera.
San Carlos de Bariloche nos abre las puertas a Patagonia. La carretera se extiende sinuosa, ascendiendo hacia los Andes. Ahora, con la moto la cosa se pone seria: vamos intercalando asfalto, campo a través y gravilla. Conducimos entre las gigantescas hojas de nalca y los helechos de la pluviselva: tienen estatura humana, y generan respeto y temor. Es verano, pero llueve sin parar durante tres días y las temperaturas bajan. Las motos y los trajes, al principio impolutos, van adquiriendo una tonalidad marrón aventurera; el fango nos obliga a hacer pausas en las que simplemente esperamos a que la carretera vuelva a ser transitable.
El sol que tanto anhelamos nos da la bienvenida a orillas del Lago Carrera de color turquesa: una visita a las Capillas de Marmol, acopiamos provisiones y seguimos.
Bajo un cielo de nuevo radiante volvemos a Argentina. Allá, la Ruta 40 se presenta con todos sus credenciales: viento, polvo y praderas cercadas hasta donde alcanza la vista. La aldea de Bajo Caracoles cuenta con cuatro edificios y una gasolinera. Nos detenemos allá para repostar, pero solo hay un par de litros para nosotros; justo los suficientes para llegar a la siguiente gasolinera.
El surtidor está repleto de adhesivos pegados por los anteriores viajeros. Y de repente… nos invade la sensación de formar parte de una familia que abarca todo el planeta, unida por la pasión de vivir la aventura sobre dos ruedas.
A lo largo de la carretera, nos acompañan los guanacos y un cielo perfecto de un azul tan profundo que nos hace sentirnos aturdidos. Pasamos la noche en Tres Lagos, con 186 almas y algunos perros callejeros.
Y por fin llegamos a la zona sur de Patagonia, conocida como la parte más accesible y turística. En El Calafate, ubicado a 80 km de Perito Moreno, las gasolineras están vacías, no hay forma de conseguir ni gota de gasolina. El camión-cisterna llegará en algún momento con el repuesto… si Dios quiere. En este lugar, el tiempo no es una unidad mensurable, no es más que una emoción.
Siguiendo el lema sudamericano más característico de “tranquilo, tranquilo”, esperamos pacientemente, e intercambiamos experiencias y consejos con Peter y Colo, que llevan ya meses en la Panamericana.
Por fin, con el depósito lleno, volvemos al parque nacional de Torres del Paine,Chile, para pasar dos días. Los cóndores pasan, majestuosos, por encima de nuestras cabezas: quién sabe de qué vista disfrutan desde los roques de granito de las alturas…
De las montañas, al mar, la última etapa de nuestro viaje: Tierra del Fuego. Tras diversos intentos de atracar del ferry —la corriente es extremadamente fuerte— cruzamos el Estrecho de Magallanes. El “fin del mundo” está compuesto de una superficie de praderas gigante, que después se torna en una playa, para adentrarse en el mar. Las únicas muestras de presencia humana son los buques naufragados, a menudo convertidos ya en un montón de chatarra, los enormes ranchos de ganado y las plataformas petrolíferas que buscan, ávidamente, el petróleo…
La naturaleza extrema da la sensación de suavizarse y los colores parece difuminarse. El tiempo y el espacio se funden en una clara luz en la que uno no puede diferenciar la noche del día.
Y de repente, como si quisieran reforzar su papel como los indiscutibles soberanos de Sudamérica, los Andes se vuelven a adueñar del territorio. Rodeados por ellos, ahora aparece Ushuaia, la localidad más meridional del mundo con sus coloridas casitas, los pingüinos y un movimiento inesperado en el puerto.
Lo hemos conseguido. Nuestro sueño se ha hecho realidad.
Texto: Maria Chiara Baggio
Fotos: Maria Chiara Baggio & Mattia Barresi